XVII Capítulo General, Deliberación n. 8
La realidad de los Laicos Josefino Marellianos incluye a todos los bautizados que quieren vivir la espiritualidad josefino marelliana, según el propio estado de vida, de manera individual o manteniendo la propia estructura asociativa en grupos ya constituidos.
Instrumento de comunión entre las diversas realidades laicales de la Congregación será la “Promesa” que realizará cada laico, después de un adecuado periodo de formación, según las indicaciones de cada Provincia y Delegación. El conocimiento y la profundización del subsidio mensual “Semillas de espiritualidad josefino marelliana” permitirá a todos continuar la propia formación y sentirse unidos a los laicos josefino Marellianos esparcidos por el mundo, donde está presente la Congregación.
Exista una estructura de coordinación internacional (equipo) formada por un oblato y un laico por cada Provincia y Delegación, presidida por un oblato encargado internacional de los laicos. De manera similar, cada Provincia y Delegación prevean al menos un laico y un oblato que se encarguen de la coordinación de los Laicos josefino Marellianos en la propia jurisdicción. Los Laicos josefino Marellianos, junto a los Oblatos de San José y a las Oblatas de San José, forman la “Familia Josefino Marelliana”.
En su carta apostólica Patris Corde, el Papa Francisco afirma que «Jesús vio la ternura de Dios en José». En este mundo tan atormentado, egoísta y poco acostumbrado a las relaciones sanas, este aspecto de San José identificado por Francisco tiene un significado muy profundo para todos, especialmente para los que hemos optado por consagrarnos […]
El primer título atribuido a San José es de padre amado; esta prerrogativa significa que ningún otro santo después de María ocupa una importancia tan grande en el Magisterio de la Iglesia.
La actitud de José es de plena disponibilidad al servicio del plan de Dios y en este sentido, también al servicio de cada ser humano. Aunque la Sagrada Escritura no dice mucho de él, su papel fue esencial en la realización de la promesa que Dios había hecho al Pueblo de la Antigua Alianza.